TEMA 7 DE NOVIEMBRE
MANEJO
DEL NIÑO HIPERACTIVO EN EL AULA BAJO EL ENFOQUE DE INTEGRACIÓN SENSORIAL
El
trastorno por déficit de atención (TDA) es un padecimiento donde al niño le es
difícil centrar su atención en un estímulo y concentrarse en él. Esto se manifiesta en su conducta que se
observa desorganizada e impulsiva, y repercute en la familia y en la escuela.
El TDAH es mejor conocido como el niño hiperquinético o con disfunción cerebral
"mínima"
Existen diversas teorías que intentan explicar el
origen del trastorno por Déficit de Atención, algunos consideran que la causa
se debe a una maduración retardada del sistema nervioso, o por haber
alguna lesión cerebral, una variación genética, alteraciones
metabólicas y/o problemas emocionales.
Descripción
del cuadro:
•
FALTA DE ATENCIÓN: con frecuencia no
termina las cosas que empieza a menudo parece no escuchar, se distrae con
facilidad, tiene dificultades para concentrarse en tareas escolares, tienen
problemas para seguir una actividad de juego.
•
IMPULSIVIDAD:
suelen actuar antes de pensar, cambia excesivamente de una actividad a otra, le
es difícil organizar el trabajo, necesita de una supervisión muy constante,
frecuentemente grita en clase, tiene dificultades para esperar su turno en
juegos o situaciones de grupo.
•
HIPERACTIVIDAD:
corre o se trepa por todos lados, excesivamente tiene problemas para quedarse
quieto o juguetea demasiado le es difícil permanecer sentado siempre anda
desbocado o actúa como impulsado por un motor.
La Terapia Ocupacional basada en la Teoría de la integración
sensorial puede resultar clave en la intervención terapéutica del niño
hiperactivo. En muchos casos, las dificultades existentes para mantener la
atención, regular el nivel de actividad e/o interactuar adecuadamente con el
ambiente están relacionadas con un problema de integración sensorial, y más
específicamente, con un problema de modulación sensorial.
Los principales síntomas de una
disfunción de modulación sensorial, según Parham y Mailloux (en
Roley,Blanche,Schaaf, 2001), son los siguientes:
1)
dificultades con las habilidades
sociales y la participación en el juego.
2)
poca confianza en uno mismo y
falta de autoestima.
3)
dificultades con las actividades
de la vida diaria y en el ámbito escolar.
4)
ansiedad, falta de atención e
inadecuada habilidad para regular las reacciones propias ante los demás.
5)
retraso en el ámbito sensorimotor
y en el desarrollo de habilidades motoras finas y gruesas.
No debe olvidarse que el sistema
nervioso de los niños que padecen problemas de integración sensorial es menos
estable que el de otros pequeños y que, por ello, son niños frágiles en el
plano emocional. La estimulación ambiental –ruidos, movimientos, luces,
personas, etc.-- puede provocar que el niño sufra una pérdida de control. Es
necesario, por tanto, que nos mantengamos alerta respecto al niño y a todo lo
que le rodea, con el objeto de poder evitarle situaciones que le supongan
perder el control. Situaciones ruidosas o bullangueras, como las que se dan en
fiestas de cumpleaños o en recintos de atracciones, que resultan tremendamente
divertidas para la mayor parte de niños, son habitualmente muy estresantes para
el niño con un problema en su integración sensorial. Es posible que hasta la actividad del patio
del colegio o, incluso, la de su aula escolar le resulten igualmente demasiado
estimulantes. Por ello es conveniente que disponga, dentro de su clase, de un
rincón tranquilo al cual pueda acudir, retirarse, para recobrar la calma cuando
se sienta sobreestimulado y, así, evitar una crisis emocional, una pérdida de
control. Sencillamente, una mesa cubierta con una manta puede hacer las
funciones de casita de reposo, a la
cual el profesor podrá invitar al niño a ir a calmarse cuando éste se encuentre
sobreexcitado. Una vez establecido este lugar y dictaminada su función, el
propio niño podrá acudir a él de modo autónomo cuando sienta la necesidad de
hacerlo, cuando necesite tranquilidad, para rebajar su sobreexcitación. Es
fundamental que se respete el cometido de la casita de reposo y que no se convierta en un espacio más para jugar
o realizar otras actividades; el niño debe relacionarla únicamente con un lugar
de tranquilidad, con su pequeño refugio contra la sobreexcitación.
En cualquier caso, resulta
imprescindible que tanto padres como profesores sepan mantener la calma, ya que
constituyen un elemento básico del ambiente que rodea al niño. Si el niño llega
a perder el control, los castigos servirán solamente para empeorar su
autoestima. Lo primero es ayudarlo a recomponerse. El mencionado sitio
tranquilo, la casita de reposo, con
una manta favorita o un osito de peluche en su interior, puede proporcionar al
niño las estimulaciones calmantes que necesita. Algunos niños apreciarán que se
les abrace o que se les meza. Un paseo al aire libre, sobre todo si el día está
fresco, también puede ayudar.
Todo esto no significa que no se
deba disciplinar al niño que presenta problemas de integración sensorial. Un
programa de recompensas por buen comportamiento y retirada de privilegios por
comportamientos inadecuados es beneficioso para todos los niños. En el caso del
niño que tiene dificultad para controlar sus emociones y su nivel de actividad,
premiar las ocasiones en las cuales consiga mantener la calma lo ayudará y le
dará confianza en sí mismo. Pero hay que poner a su disposición estrategias
eficaces para ayudarle a conseguir su objetivo y colaborar con él en el
reconocimiento de su propio estado de alerta. Las terapeutas ocupacionales
Williams y Shellenberger diseñaron un excelente programa para enseñar a los
niños cómo ser más conscientes de sus necesidades sensoriales y cómo modificar
su estado de alerta utilizando actividades con alta carga sensorial.
Algunos niños son hipersensibles
a los olores y los ruidos ambientales, y la exposición a este tipo de estímulos
puede provocar una alteración en el comportamiento y el nivel de alerta. Es
conveniente eliminar, en la medida de lo posible, los ruidos que puedan
distraer al niño. Por ejemplo, una escuela de Montreal (Canadá) tuvo la feliz
idea de poner pelotas de tenis agujereadas en la base de todas las patas de las
mesas y sillas para eliminar el molesto ruido causado por el roce con el suelo.
Las ventanas y puertas abiertas pueden constituir otra fuente de ruidos que
distraen y sobreestimulan al niño con problemas de integración sensorial.
Debemos también controlar nuestra voz y procurar hablar suave y tranquilamente.
Ciertos olores, de alimentos,
productos de aseo o de limpieza, pinturas, etc. pueden ser estímulos
francamente desagradables para algunos niños. Evidentemente, es imposible
controlar todos los ruidos y olores ambientales, pero conviene ser consciente
de que esos estímulos pueden influir muy negativamente en el comportamiento del
niño.
Para algunos niños hiperactivos
la proximidad de los compañeros puede ser una constante fuente de tensión.
Encontrarse en el medio de una fila puede representar una situación
extremadamente estresante. Colocarse en el último lugar de la hilera, desde
donde se pueden controlar las distancias con los demás, suele ser una eficaz
manera de reducir la tensión vivida por este tipo de niños.
El momento de las comidas, cuando
varias personas se sientan a la misma mesa, puede también constituir otro motivo de tensión. Dejar que
el niño coma en un extremo de la mesa ayuda a preservar su espacio personal y,
por tanto, a evitar crisis emocionales. Los comedores de los colegios, siempre
bulliciosos y llenos de gente, suelen resultar demasiado estimulantes para el
niño con problemas de modulación sensorial. Si no es posible que el niño
efectúe su almuerzo en su hogar tranquilamente, entonces es aconsejable que en
el comedor del colegio se le reserve el lugar más tranquilo, así como que se le
encuadre en el turno menos ruidoso.
El niño que padece deficiencias
en su procesamiento sensorial no percibe adecuadamente su ambiente. Como ya
hemos dicho, debemos recordar siempre que el sistema nervioso de los niños con
problemas de integración sensorial no es tan estable como el de otros pequeños.
Todo ello provoca que estos niños tengan una gran necesidad de una rutina
estable y previsible para poder funcionar correctamente. Los cambios de sus
horarios, de sus espacios físicos o de las personas que lo cuidan afectarán
negativamente al niño que padece estas deficiencias. Es preferible que las
alteraciones le sean anunciadas con antelación y, posteriormente, le sean
recordadas a medida que se aproximen. La cabezonería y la falta de cooperación
que muestran muchos niños con problemas de integración sensorial es, en parte,
un reflejo de esa necesidad de rutina estable.
Lo que más caracteriza el niño
hiperactivo es el exceso de movimiento, lo cual puede deberse a diversas causas. Dicho exceso de movimiento
puede ser causado, por ejemplo, por un déficit en los sistemas vestibular y propioceptivo,
responsables en gran parte del control postural, lo que hace que al niño le
cueste mantener su cuerpo erguido contra la gravedad y busque continuamente
apoyos de un modo u otro. Es frecuente que estos niños adopten posturas de
verdaderos contorsionistas mientras están sentados, envolviendo sus piernas
alrededor de las patas de las sillas, por ejemplo. Otros, sencillamente no
consiguen mantenerse sentados y se caen
a menudo de sus asientos. En estos casos, un tratamiento de Terapia Ocupacional
basado en la Teoría
de la integración sensorial suele ser eficaz para solucionar el problema. Hay
otros niños que necesitan una gran cantidad de estimulación (vestibular,
proprioceptiva, táctil) para mantener un nivel de alerta adecuado y buscan esa
estimulación a través del movimiento. En este caso, los niños afectados se
benefician, por ejemplo, de asientos que se mueven, de frecuentes actividades
deportivas, de muchas oportunidades para levantarse (ayudar al profesor a
repartir papeles, hacer recados, etc.) y, en general, de no pasar demasiado
tiempo en situaciones en las que el movimiento no está permitido.
Algunos niños con problemas de
integración sensorial todavía continúan necesitando actividades de exploración
oral a la edad de comenzar el colegio. Debido a esa necesidad, es habitual
verlos morder o chupar su ropa (cuellos, puños), lápices, etc. Para evitar
estos comportamientos no deseados, podemos
ofrecerles
a estos niños objetos que socialmente sean aceptables de introducir en la boca,
como, por ejemplo, un botellín plástico como el de los ciclistas, un mordedor o
chicle. Es importante recordar que si el niño utiliza este tipo de estimulación
es porque realmente lo necesita para mantenerse alerta o porque le ayuda a
organizar su sistema nervioso. Es el mismo caso de muchos adultos, que
necesitan estimulación oral (por ejemplo, tener un cigarrillo entre los labios,
morder un palillo, comer algo o mascar
chicle,) y se ponen nerviosos cuando no pueden hacerlo.
En definitiva, el niño
hiperactivo debe ser considerado no solamente desde un punto de vista
psicológico y médico, sino también desde un punto de vista sensorial. La
intervención del terapeuta ocupacional es fundamental para determinar cuáles
son los sistemas sensoriales afectados, qué estímulos sensoriales alteran
negativamente el comportamiento y qué estímulos sensoriales pueden ayudar a
mantener un nivel de alerta adecuado para la interacción y el aprendizaje.
BIBLIOGRAFÍA
BEAUDRY BELLEFEUILLE, I. (2003), Problemas
de aprendizaje en la infancia. La descoordinación motriz, la hiperactividad y
las dificultades académicas desde el enfoque de la teoría de la integración
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BUNDY, A. C., LANE,
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ROLEY, S.
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SENSORY INTEGRATION
INTERNATIONAL, INC. (1991), A
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WILLIAMS, M. S.,
SHELLENBERGER, S. (1996), How does
your engine run?, Therapyworks Inc., Alburquerque, NM.